Cenizas quedan
A los seis años me regalaron mi primera bicicleta, hasta entonces juagaba con una pelota plástica que quedaba abollada durante una hora cada vez que la pateaba. La bici era roja, azul y blanca, con tres huequitos en uno de los ángulos del cuadro, debajo del manubrio, nunca supe si servían para algo. A partir de ahí decidí dejar de lado el fútbol, para lo que era bastante malo, y probar pedaleando. Amaba el fútbol, aún lo amo, pero también lo sufría. Durante un tiempo había intentado colmar las expectativas que se generaban en cualquier chico de seis años, de un barrio pobre en esta parte del mundo, jugar bien a la pelota. Pero cada intento terminaba en frustración. Las paredes de la pieza empapeladas con recortes de diarios y revistas con la cara de Medina Bello o Fernando Redondo. Alguna vez mi viejo probó llevándome a un baby fútbol, donde me tiraron en un potrero pelado con otros nueve chicos de mi edad. Corrí como un loco atrás de cada pelota durante todo el partido, pero ni s...