Venganzas

 -Si yo supiera que no se entera nadie, si yo tuviera la certeza de que no voy a pagar por el acto. Ufff…

-Qué?

–Lo mato, obviamente!

-Como?

-A tiros, no se…

-No tenemos armas.

-Bueno no sé, lo muelo a palos o lo mató a cuchilladas.

-Ves ahí es más creíble.

-Bueno es un decir, no lo puedo matar y que no se entere nadie.

-Ese no es el punto, enterarse que murió se van a enterar todos, todo el mundo. Lo importante es que no sepan quien fue.

-Y claro.

Silencio. El sonido de las ruedas llena el éter. Los dos miran al frente. La calle está ondeada. El asfalto de pésima calidad cedió ante el incesante asedio de camiones, convirtiéndose en un río de  oleaje negro congelado en el tiempo. Tony surfea las ondas sobre su bicicleta gris. Abre los brazos y mantiene el equilibrio. Doblan hacia la izquierda y se meten en el caserío. Un barrio clase media, de maestros y empleados estatales, lleno de señoras, con tiempo de sobra y ventanas grandes, que observan tras el vidrio y cranean culebrones para relatar acompañando la copa de vino blanco de la tarde, o la del mediodía, o la de la noche.

El calor es insoportable. 38 grados en Noviembre a las 9 de la noche. Tienen la ropa adherida al cuero y los rostros brillantes.

Tony siempre tiene la cara cubierta de transpiración, en especial sobre los labios, pequeñas gotas que se posan y resisten la gravedad. A David eso le produce asco, sobre todo cuando se combina con el aliento a ajo casi crónico de Tony. Pero jamás se lo dijo. Lo resiste estoicamente.

-Vamos a mi casa que estoy solo, tengo una botella de blue coraçao.

Tony empuja la puerta, generalmente está sin llave, y entran esquivando las botellas vacías verdes desparramadas por el piso. Abre la alacena y saca una bebida azul que parece nafta super. Toma 2 vasos diferentes, en su casa hay 5 vasos y ninguno se parece al otro, los carga hasta la mitad con el elixir de color eléctrico, hecha 4 cubos de hielo y los sirve. David se sienta. Toma su vaso, lo levanta, lo observa mientras agita los cubos y luego se apoya el vidrio en la sien derecha, frenando el avance de una gota de sudor que bajaba por la patilla.

-Yo tengo 2 palos, de esos para tantear la presión de las gomas de camiones, son pesaditos, por si querés que sea lento.

-Eh?

-Sino la cuchilla de las carneadas. Te cedo el honor a vos, yo me arreglo con un Tramontina.

-Dejá de decir boludeces Tony.

-Si fuiste vos el que sacó el tema. Que si yo supiera, que si no se enteran, y que se yo.

-Fue un decir.

-Bueno los sopapos que nos mete el gordo Marengo no son un decir. Se sienten bien reales.

-No me hagas acordar.

-Y bueno loco, ya fue. Hay que dársela, ¿o qué? ¿Nos va a hinchar las pelotas para siempre? Mirá como tengo el ojo.

Tony se señala la medialuna púrpura sobre la mejilla.

-Es una locura. No se.

-¿Que no sabés? Dale levantate cagón.

El muchacho se clava el vaso de alcohol de un saque y contiene la arcada apretando los ojos. Se para decidido, trota hacia el garaje y desaparece en la oscuridad. Se escuchan ruidos y la caída de algo metálico. Vuelve caminando tranquilo con media sonrisa y las manos en la espalda. Se para frente a David y mirándolo a los ojos descubre una vaina de 22 centímetros que resguarda una hoja afiladísima del mismo calibre, con mango blanco. La esgrime en alto y luego la tira sobre la mesa.

-Dale agarrá, metela en la mochila y vamos.

David mira el cuchillo unos segundo, lo toma por el mango y desenvaina despacio, como dándole tiempo a la idea. El brillo del metal lo destella obligándolo a parpadear. Lo enfunda, se levanta de la silla con el arma en una mano y el vaso en la otra, y empina hasta el final. Tony está envolviendo con un repasador un cuchillo mas pequeño con el filo aserrado y el mango de madera, cuando un traqueteo que viene desde la calle le hace un nudo en la garganta.

Afuera se detiene un auto con la pintura descascarada frente a la casa y baja un hombre alto, de cabellos escasos y olor a ginebra. Se apoya un momento sobre la reja, intentando recuperar el equilibrio. Observa la luz que escapa por la ventana y aprieta los dientes. Arrastra sus pies hasta la entrada y patea la madera.

-¿Quien mierda dejó la puerta abierta? Antonio pendejo hijo de puta –balbucea el tipo-

A Tony se le va el valor al diablo y los ojos se le ponen vidriosos. David rodea la mesa y apoya su espalda contra la pared.

-¿Cuántas veces te dije que cerrés la puerta pelotudo? Ya lo trajiste también a tu novio a mi casa -exclama mirando a David- ¿Qué carajos hace mi licor acá? ¿Estuvieron tomando ustedes? -Observa los vasos y enloquece- ¡Te voy matar Antonio!

El viejo toma a Tony por el cuello, lo aprisiona contra la pared y le da una trompada en la cara que lo arroja al suelo.

-¡Yo te voy a enseñar a respetar a vos!

Toma al joven de los pelos y lo mide para asestarle el siguiente golpe, pero siente un ardor repentino en los riñones y lo suelta. Lentamente se lleva la mano a la espalda y cree reconocer incrustado en su cintura el mango plástico de su cuchilla para carnear. David desentierra la hoja y retrocede. Pronto el ardor se convierte en calor, y luego en dolor y humedad. La sangre oscura brota a borbotones a través de la cavidad recién abierta. El viejo cae de rodillas gimiendo y con los ojos desorbitados. La boca abierta jadea mecánicamente, mientras las manos de Don Carlos intentan alcanzar la zona de la puñalada asestada a traición. Los chicos shockeados no dan crédito a la situación.

Las exhalaciones comienzan a cesar, el viejo se derrumba boca abajo y lentamente deja de pelear, hasta quedar inmóvil.

-¿Que mierda hiciste David? ¡Mataste a mi viejo! –Toni tiene la dentadura teñida de rojo y escupe al hablar-

David lo mira confundido. Las palabras no le salen. Antonio estira la mano, toma el repasador y desenvuelve el Tramontina, atraviesa la sala chapoteando sobre el gran charco de sangre, cruza por encima del viejo con el brazo extendió y la punta hacia adelante y embiste contra David, que instintivamente apunta su acero hacia el frente. Ambos sienten el metal en la carne al mismo tiempo y se precipitan al piso, que huele a hierro. David mira el techo, hay una mancha de humedad que le recuerda al perfil de María. Está triste, ahora nunca va a saber si ella también está enamorada. Los espesos fluidos se propagan y se fusionan como el mercurio.

 

El gordo Marengo entra a la cantina, se sienta y se acoda en la mesa de madera. Pide una coca y abre el diario. En la tapa lee: “Mueren apuñalados en extrañas circunstancias, 3 residentes del barrio IPB”. Busca la última página, policiales, y divisa los nombres de las víctimas.

-Éstos dos! Yo sabía que eran unos pelotudos.

Cierra el diario y grita –Apurate con la coca boludo que tengo sed!

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cenizas quedan

Europeo de pelo corto

El ritual de las lampreas